La Semana Santa ocurre siempre a finales del invierno y principios de la primavera en todo el mundo.
Comprende los hechos más relevantes en la vida y pasión de Jesús de Nazareth y comienza al cerrarse el martes de carnaval, una jornada de desenfreno en la que se permite todo tipo de actos mundanos, en forma previa al recogimiento y abstinencia de la Cuaresma.
El comienzo de los días primaverales siempre es ocasión para celebrar la vida, que va desde el nacimiento hasta la resurrección en todo lo que está vivo.
Así que en todo el mundo hay siempre ocasiones de fiesta, de celebración, de dar rienda suelta a las emociones; en muchos casos, beber y consumir drogas dan otra dimensión a los rituales, a los festejos.
Pero hay otra cara de la fiesta, el reverso del jolgorio. El festejante inevitablemente vive un lapso de depresión, una sensación de “tocar fondo” que obliga a revisar los pensamientos, las expresiones y los actos que surgieron durante la pachanga.
Las personas de buen juicio ponen de inmediato manos a la obra y se empeñan en levantar los tiraderos, la basura, los desperdicios, lavar los trastos, asear los espacios, asearse a sí mismos y reanudar la vida ordinaria.
Pero las personas que se entregan al desenfreno en la fiesta pasan por un túnel frío, muy oscuro, de sabores amargos, que invitan al llanto, a la tristeza. Dicen que no hay nada peor que el resentimiento, el arrepentimiento, el dolor en la resaca.
¿Qué hice? ¿Qué dije? ¿A quién? ¿Con quién? ¿Gané? ¿Perdí? ¿A qué hora me lastimé aquí o acá? En fin, preguntas que casi siempre se quedan sin resolver.
Restablecer la normalidad es muy difícil, sobre todo cuando han salido personas lastimadas en su integridad en sus bienes, en sus emociones, por el ambiente de excesiva alegría y descaro durante la fiesta.
¿Qué hacer, entonces? Seguramente los estudiosos, especialistas, guías espirituales, sabios, gurúes, chamanes y brujos sabrán responder para dar luz a los simples mortales que transitan por los corredores de la angustia mientras ven alejarse las ilusiones fulgentes que los atontaron en la noche de la fiesta.
Así pues, en Tula, un lugar en el mundo, se acabó la fiesta. Pero sigue la fiesta. La otra fiesta.