Por: Mons Juan Pedro Juárez Meléndez, Obispo de Tula
En este “Día del Maestro” quiero saludar y reconocer a todos los maestros y maestras que, con vocación y entrega generosa, día a día, viven con pasión y entusiasmo la noble tarea de sembrar amor, vida y esperanza en el corazón de los niños, adolescentes y jovenes, esperanza y futuro de un México más justo, fraterno y en paz.
Ante esta laudable e insustituible misión, quisiera invitar a todos ser agradecidos con nuestros maestros y maestras que nos enseñaron a escribir, a leer, a recitar poemas, a cantar, a contar, a imaginar cuentos, a bailar, a reírnos de nosotros mismos, a no tener miedo ni vergüenza, en fin, por enseñarnos a vivir desde el aula.
Los maestros realizan el arduo trabajo de sembrar y cultivar en cada uno el deseo por conocer, y aprender lo que es bueno, verdadero y bello; nos ayudan a descubrir el anhelo por ser grandes y no tener miedo a crecer; nos impulsan a enfrentar los cambios y a vivir con alegría, amor y esperanza.
La labor del maestro, como vocación y misión, es el acto más noble de cercanía, amor y servicio entre los seres humanos, que requiere coherencia y testimonio, siendo este más elocuente que las palabras. No se enseña lo que “se sabe”, sino lo que “se es” y así se trasmite a los demás lo que somos por dentro. Educar es apostar y dar al presente la esperanza de un mundo mejor.
Una auténtica educación integral, en este tiempo de crisis cultural y antropológica, tendrá que ser el mejor antídoto ante el relativismo de la verdad; la cultura individualista, que degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de la indiferencia; la discriminación y la división; el empobrecimiento de las facultades de pensamiento e imaginación, de escucha, de diálogo y de comprensión mutua.
El maestro es el que enseña a vivir, habilita a la persona a descubrir el bien y a crecer en la responsabilidad; a buscar la sana armonía en las relaciones consigo mismo, con los demás , con la naturaleza y con Dios; a apreciar en toda su dimensión y significado los valores humanos universales de atención, tolerancia, respeto y solidaridad, los cuales serán su mejor herramienta para rechazar o denunciar toda amenaza a la integridad moral, física y psicológica que atente a la dignidad de la persona y de la vida.
Apreciables amigos profesores, en su dificil tarea no pierdan los ánimos ante las dificultades y contrariedades, ante la incomprensión, la oposición, la desconsideración, la indiferencia o el rechazo de sus educandos, de sus familias o de la sociedad. No olviden, su labor educativa es el mejor servicio que prestan a la humanidad, pues es la base de un auténtico progreso humano, tanto personal como comunitario.
Que Dios les bendiga y bendiga su abnegada labor diaria, la mayoría de las veces oculta, silenciosa e inapreciada, pero siempre eficaz e invaluable.
Con mi respetuosa admiración y aprecio:
Juan Pedro Juárez Meléndez
Obispo de Tula