Por Liz Barrón*
En este apartado comenzaremos generando reflexión respecto a muchas de las creencias que escuchamos, adoptamos y ejecutamos en la infancia dentro de situaciones cotidianas y que, muchas veces, no prestamos atención a sus implicaciones y al ser aprendidas, más adelante, durante nuestra adultez, enseñamos, transmitimos y repetimos.
En el primer caso ejemplificaré las creencias limitantes que abordamos en la primera parte donde mencionamos al niño como “fuerte” y a la niña como “débil”.
El niño y la niña se caen, lo que genera expresiones inmediatas, automáticas e inconscientes tales como:
“Los hombrecitos no lloran, levántate” en el caso del niño vs “pobrecita, ayúdala a levantarse” en el caso de la niña.
Estos ejemplos nos ayudan a entender la forma en la que se comienzan a adoptar reacciones referentes a la forma en la que las y los demás nos conciben, por lo tanto, la forma en la que se va desarrollando nuestra perspectiva.
En el mismo ejemplo y abordando el tema emocional, detectamos que en el niño este tipo de expresiones puede generar represión emocional, que más adelante tendrá ciertas implicaciones en su comportamiento y que analizaremos en el transcurso de este espacio.
Mientras, en la niña, se impone una vulnerabilidad emocional que también le limita a identificar de forma adecuada su reacción, ya que se ha puesto como vulnerable.
Al término de esto, tendremos como resultado un niño que aprenderá a eliminar reacciones inmediatas que representan debilidad y la niña aprenderá a tener reacciones de fragilidad en donde la autosuficiencia no tiene cabida.
Con esto y al paso del tiempo, la sensibilidad en el niño y la niña podrían detonar posibles actitudes agresivas, impetuosas, introvertidas o inseguras, y pensamientos automatizados de dichas creencias limitantes.
En la tercera parte abarcaremos el tema de violencia en la infancia y su impacto en las creencias limitantes en la personalidad.