En Tula y la región comenzó a pasar algo que no siempre ocurre: la gente habló. Salió
de la conversación privada, del comentario en corto, del “yo pienso”, para llevar su
opinión a un ejercicio público. Y cuando eso sucede, el resultado casi nunca es
uniforme. Hay acuerdos, hay desacuerdos y, sobre todo, hay matices.
La participación ciudadana no es una línea recta. Es un cruce de caminos donde
confluyen historias distintas, necesidades diferentes y realidades que no siempre
coinciden. En colonias donde el crecimiento urbano se vive como oportunidad, la
opinión suele ser una; en comunidades que cargan años de rezago o desconfianza, la
lectura es otra. Ninguna es menor. Ninguna es absoluta.

Para muchos ciudadanos, opinar significa defender su entorno inmediato: su calle, su
comunidad, su tranquilidad. Para otros, implica pensar en el futuro, en el impacto
regional, en lo que puede venir dentro de cinco o diez años. Ahí surge la tensión natural
de cualquier ciudad viva: el presente frente al porvenir.
Estos ejercicios, como el que recientemente vivimos donde la sociedad no aprobó la
instalación del Parque Ecológico y de Reciclaje, acompañados por instancias oficiales
como el Instituto Estatal Electoral de Hidalgo, muestran algo valioso: la sociedad ya no
es espectadora. Puede no haber consenso, pero sí hay participación. Puede no haber
unanimidad, pero sí interés. Y eso, en sí mismo, ya es un avance democrático.
No hay ganadores claros cuando la opinión se divide. Tampoco hay derrotados
absolutos. Lo que queda es una radiografía social: una región que piensa distinto, que
exige ser escuchada y que no se conforma con decisiones tomadas a puerta cerrada. La
pluralidad incomoda, pero también fortalece.
En una ciudad como Tula, donde conviven industria, historia, crecimiento urbano y
desafíos ambientales, pensar igual sería irreal. Lo verdaderamente relevante es que la
opinión exista, que se exprese y que quede registrada. Porque una ciudad que debate es
una ciudad que se mueve.
Al final, la participación ciudadana no se mide por el resultado, sino por el proceso. Por
la capacidad de escuchar, de disentir sin romper y de entender que el futuro se
construye, muchas veces, desde la diferencia.

















