Hoy Tula amanece en calma. El aire es limpio, el cielo claro y la ciudad respira sin prisa
ni miedo. Caminar por sus calles ya no es un acto de resistencia, sino de disfrute. Hay
seguridad, hay orden y, sobre todo, hay paz. Las personas se saludan, los niños juegan
en espacios públicos vivos y las familias se quedan más tiempo fuera de casa porque la
ciudad invita a quedarse.

El peatón cruza con confianza. Las banquetas están pensadas para la gente y no para
esquivarse. Los parques son puntos de encuentro reales, no promesas inconclusas. Tula
ya no es una ciudad que se atraviesa rápido, es una ciudad que se vive. Se camina más,
se conversa más, se convive más. La convivencia dejó de ser eventual y se volvió
cotidiana.
El comerciante abre su negocio sabiendo que habrá movimiento. Hay flujo constante,
clientes nuevos, miradas curiosas. Los comercios de primer nivel conviven con el
negocio local, y lejos de desplazarse, se complementan. El viajero se detiene, el
trabajador consume en la zona, la familia entra a la tienda “solo a ver” y termina
quedándose. La economía local se activa porque la ciudad late.
El tren llega puntual. El Tren México–Querétaro ya es parte del paisaje y de la rutina.
Tula dejó de ser un punto intermedio para convertirse en un nodo estratégico. El tiempo
cambió de significado: menos horas perdidas, más tiempo ganado. El pasajero cotidiano
ya no vive atrapado en el tráfico; ahora llega, sale, regresa. El transporte dejó de ser un
problema y se volvió una solución.
Las familias sienten el cambio en lo esencial. Hay servicios, hay opciones, hay futuro.
Nadie tiene que irse por obligación. Los jóvenes encuentran espacios para desarrollarse,
los adultos oportunidades para crecer y los adultos mayores una ciudad amable. Tula
crece con su gente, no encima de ella.
El río Tula corre limpio, la presa Endhó respira, el entorno dejó de enfermar. La
contaminación ya no define a la ciudad. La salud pública mejora porque el ambiente
también sana. No es solo paisaje: es dignidad, es vida, es justicia ambiental hecha
realidad.
Este Tula conserva su identidad, su historia y su carácter, pero suma algo fundamental:
bienestar. Es una ciudad viva, humana, conectada y segura, donde el progreso se nota en
la calle, en el comercio, en el transporte y en la forma en que las personas se encuentran
todos los días.
Y no.
No es cierto que todo esto sea hoy la realidad.
Pero se vale soñarlo.
Y más aún: se vale trabajar en equipo para que algún día lo sea.

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