LA CORRUPCCIÓN Y LA TRANSPARENCIA

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Por: José Guadalupe Jiménez

La transparencia, en la actividad pública, es un derecho de los ciudadanos a tener conocimiento sobre las tareas y acciones que realiza un servidor público, aunque no lo podemos encuadrar sólo ahí, pues debería aplicar en todo y para todos, pues de esa única manera se garantiza que lo realizado o ejecutado se hace como se debe y cuando se debe, para que -bajo esas circunstancias-podamos sacar una especie de “conclusión”, buena o mala,  sobre lo que se está valorando.

Hay ejemplos donde esto se aplica para todos, puede ser un alumno que realiza su examen sin “copiar”, lo es también aquel que regresa el “cambio” de una compra cuando el vendedor se equivoca y le da de más, y sin duda que lo es aquel que encuentra algún objeto en su camino, y lo devuelve al dueño.

En pocas palabras, “es transparente todo aquel que actúa con la verdad, y con sentido de la responsabilidad y honestidad por delante”.

Por otro lado existe su contraparte, la corrupción, de manera generalizada podemos decir que se trata de un conjunto de actividades y actos deshonestos, en los cuales se saca provecho de situaciones o circunstancias especiales, que por lo general reditúan dinero “mal habido”, posicionamientos, y/o uso de información privilegiada, para obtener y conceder favores o enriquecer a familiares, amigos o personas que se desenvuelven en el entorno más próximo.

Ambas palabras, transparencia y corrupción, se anteponen la una con la otra, y sus sentidos de medición son inversamente proporcionales, es decir entre más grande una, la otra se hace más chica.

Luego entonces, hablando de corrupción dentro de los sistemas públicos y la política entre ellos,  ésta es originada por un sinfín de causas o motivos, que van desde la misma complejidad de nuestros sistemas, la gran concentración de poderes, deficiencia en las actividades de la administración pública,  excesivo poder en los funcionarios públicos, falta de valores éticos, morales, educación, cultura y compromiso, el cinismo con el que se actúa, por la pérdida de temor a ser descubierto, los bajos sueldos y salarios, la impunidad, y para terminar entre otros muchos, una absoluta carencia de conciencia social.

La corrupción se da lo mismo a grandes escalas entre políticos encumbrados, con grandes cantidades de dinero y poder en juego, y en menor escala, en dependencias públicas, en dónde se paga por “favores” recibidos como una parte de los procedimientos a ejecutar, mismos que son vistos de manera “normal”.

No en vano se denomina a los actos de corrupción como “un cáncer social”, puesto que con ello se da lugar a que surjan los fraudes, sobornos, evasiones fiscales, tráfico de influencias, compadrazgos, nepotismo, despotismo y, en conjunto, dando origen a la impunidad, misma que siguiendo con esa cadena, da un brinco a gran escala facilitando delitos como lavado de dinero, narcotráfico, prostitución, trata de personas.

La transparencia debiera ser el arma con la cual todo, esto y poco a poco, la corrupción se fuera acabando. 

No cabe duda de que, como sociedad, el concepto lo tenemos bien arraigado y la miramos de manera cotidiana como otra más de las actividades “normales” que se realizan, en menor o mayor escala.

Podríamos decir que es un hecho o acción que se ha convertido en parte de nuestra cultura, porque con ello desde antaño hemos crecido y hasta nos hemos acostumbrado a ella.

Podríamos considerar que la corrupción sí es un problema de “tipo generacional”, es decir que vienen y van generaciones y la corrupción sigue presente en nuestras vidas, con los funcionarios públicos y hasta dentro de nuestras instituciones.

Aunque todos parecemos preocupados por ello, no hemos sido capaces de dar los verdaderos pasos, comprometernos para erradicarla.

Hay que apuntalar y fortalecer las instituciones creadas expresamente para ello. En nuestro país tenemos al INAI (Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la información), cuyo objetivo es  promover una cultura de transparencia, rendición de cuentas y debido tratamiento de los datos personales.

Combatamos y señalemos, en el afán de  practicar la transparencia, todo aquello que de manera consiente involucre acciones que den origen a la corrupción.

No olvidemos que la corrupción sólo se da entre dos o más individuos, uno la ejerce, el otro la acepta,  y ambos son igualmente culpables.

Enseñemos y preparemos desde ahora, a la voz de ya, a la generación que habrá de hacer el cambio que todos anhelamos y que merecemos, para que a mediano plazo la transparencia triunfe sobre la corrupción.

Esa generación ahora se encuentra en la niñez de nuestro país. Cambiémonos el “chip” en lo que respecta a la corrupción, e involucremos a todos ellos. Lo tomamos o lo dejamos. Es ahora, o nunca.

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