ANTE EL MIEDO, PROCUREMOS UNA RESPONSABLE PRECAUCIÓN

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Por: Juan Pedro Juárez Meléndez* Cuenta un viejo relato oriental, que un comerciante se encontró con la epidemia en el camino, él mira la epidemia y  alarmado le pregunta ¿a dónde vas?, a la ciudad responde.  ¿Cuántas personas matarás?, le pregunta el comerciante. Solamente 50,000 personas, responde la epidemia. El tiempo pasa y el comerciante se encuentra con la epidemia de nuevo en su camino. Ya había oído que más de 60,000 personas habían muerto en la ciudad a causa de la epidemia. Me dijiste que matarías sólo a 50,000 personas, sin embargo mataste a más de 60,000, le dijo a la epidemia; y ella respondió: yo maté a 50,000 personas, las demás murieron de miedo. El azote más grande  que la humanidad  ha vivido en estos últimos meses,  no es a causa de un virus, sino a causa del miedo. Esto ha hecho aislarnos, desconfiar de todo; vivir con una incertidumbre, que a la larga, es la que más nos enferma y nos hace tomar decisiones precipitadas. Al principio había pocos casos de enfermos y fallecidos, pero el miedo nos hizo suspender todo y quedarnos en casa . Ahora en muchos lugares hemos pasado a la siguiente etapa, en la que están subiendo exponencialmente los contagios. El peligro es más real que nunca, solo que ya no nos importa. Ya nos cansamos de estar encerrados, ya nos urge salir a trabajar; ya queremos volver a hacer nuestra vida normal; estamos hartos de los cubrebocas y de guardar la sana distancia. ¡Qué paradoja!, sí al principio lo que nos hacía más daño era el miedo, ahora el más grande peligro es la falta de miedo. Hay miedos que nos paralizan ante peligros inexistentes, pero también  hay un sano temor que nos hace evitar riesgos innecesarios, el temor que nos hace precavidos ante las alturas, ante  el fuego o ante la autoridad. Temor significa tener respeto ante lo que sabemos que nos rebasa. Vencer los miedos se llama valentía, pero perder el sano temor se llama temeridad. La temeridad se presenta en nuestras vidas cuándo no tenemos las necesarias precauciones o toda vez que tomamos todo a la ligera y arriesgamos irresponsablemente nuestro propio bien y el de los demás. En las circunstancias que vivimos, no se trata de no tener miedo sino saber, a qué, si tenerle miedo. Nosotros hoy en día no hemos de temer a una pandemia, que hoy está ahí, y al rato se acaba. Temamos más bien  a seguir siendo una sociedad enferma, en que nos habíamos convertido.  Más que tener miedo a una crisis financiera, tengamos miedo a la crisis de valores, a la pobreza espiritual de esta generación y de las nuevas generaciones. Tenemos miedo de ver  los hospitales saturados o las iglesias vacías, más bien temamos a un virus que enferme el cuerpo y el espíritu. Ahora más que nunca debemos llenarnos de valentía y buscar sabiduría para perder el miedo ante los obstáculos, y nos libremos de la temeridad que nos hace ignorar los verdaderos peligros.No temamos a la  pandemia que aún no termina. Procuremos una responsable precaución, que a todos nos ayudará salir adelante. En el ambiente que vivimos, fácilmente queda  nuestra vida a merced de nuestros miedos. En muchos casos, refugiarnos incluso en alguna  religión, sería un error ver en la fe la salida fácil a nuestros problemas, pues la fe auténtica no hace hombres pusilánimes, sino personas resueltas y audaces, que los abre a enfrentar los problemas y los conflictos de cada día con entereza y esperanza. No es construyendo fortalezas y colocando dobles candados lo que nos libre de nuestros miedos e incertidumbres, sino la confianza y firme decisión de vencer el mal con el bien y el compromiso de construir una sociedad más justa,  fraterna,  solidaria y en paz, comenzando con nuestras familias. *Obispo de Tula

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