También los gatos se van

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Son una subespecie vulgar de la especie felis-sapiens, de la familia de los felidos-homínidos, de la orden de los carnívoros-primates, de la clase de los mamíferos cordados.

 

Hasta la década de los setenta en México se denominaba informalmente a las trabajadoras domésticas de dos maneras: sirvientas, por su función principal de servir en los quehaceres de la casa, particularmente en servir la mesa; y gatas, por la postura física de “gatear” o moverse en cuatro patas mientras fregaban los pisos durante las labores domésticas.

De la década de los ochentas a la fecha, la referencia se tornó despectiva, con inclinación a mofa, humillación, discriminación, acoso y agresión contra las trabajadoras domésticas.

De ahí se ha derivado que, por “arrastrarse en cuatro patas” a la orden del patrón, del jefe, se suele denominar “gato” a todo ayudante, auxiliar o asistente.  En ciertos círculos de poder, “gato” es apócope de gatillero, pistolero.

La población los conoce como “los gatos”. Constituyen el círculo más cercano, íntimo, del político o del funcionario público de nivel medio a alto, sea federal estatal o municipal.

Los ha habido siempre, desde las primeras formas de liderazgo y de poder en el mundo, y México ha incubado su propia historia de “gatos”.

Ejercen una influencia poderosa al interior del círculo cercano del político encumbrado, nunca opinan en voz alta, se conforman con transmitir en voz baja versiones, muchas de ellas con información privilegiada que filtran como su tesoro.

Con las humillaciones frecuentes de que son objeto por parte del jefe alimentan un manantial de frustración, que desahogan al ejercer su poder sobre la agenda, sobre la antesala o la puerta del despacho principal.

Más aún, se transforman cuando el jefe no está, se regodean dando órdenes, amenazando, chantajeando, acosando a mujeres en los pasillos de palacio o de la sede de la dependencia.

Hay que verlos en los restaurantes y bares sacar su verdadera personalidad: miles de selfies circulan en las redes sociales en las que se les puede ver cumpliendo el romántico sueño de convertir la vida en una fiesta… a costa de otros.

Son generalmente adultos, predominantemente masculinos, que nacieron, crecieron, se desarrollaron, estudiaron (aunque no necesariamente), y no tienen alguna actividad productiva bien definida en su vida civil.

Aunque en las diversas épocas ha habido “gatos” que resultaron auténticos maestros de la astucia cuando se hicieron viejos y también los hubo rencorosos ancianos pusilánimes, hoy los “gatos” son más bien jóvenes.

Tienen alrededor de treinta años, unos más, otros menos. Han trabajado un tiempo aquí y otro tiempo allá, pasan largas temporadas en estado de fiesta.

Adquieren temprano la habilidad de granjearse la comida y la bebida gratuita haciendo mandados para el grupo de convivencia, en donde conocen a alguien que anda metido en la política.

Puede tratarse de un personaje consagrado, un pariente de éste, una figura en proceso de formación, o de alguien muy amigo de él (casi nunca es de ella).

Cuando el personaje se ha encumbrado, al ganar una elección o al recibir un nombramiento, ellos celebran su propia victoria: tienen asegurado ingreso y poder por el período que dure la función pública del jefe.

Cargan el portafolios, toman notas, a veces le sirven como choferes, a veces como mensajeros, llevan y traen señales, disfrutan a bocanadas interminables el aire fresco del poder, desde la sombra. No tienen vida propia aparente.

No tienen un antes y casi nunca tienen un después. Existen mientras su jefe está en el cargo y después los absorbe la mediocridad.

La mayoría de ellos no desarrolla conciencia de los tiempos que vive, el placentero presente se les hace eterno.

A muchos de ellos la vida les ha impuesto la “lección del día siguiente”: apenas a unas horas de que su jefe ha entregado el cargo, siguen actuando con la soberbia, prepotencia y vanidad que les enseñó la vida palaciega, pero ya no encuentran la misma respuesta de alabanzas, de atenciones especiales, de obsequios y ganancias.

En el central estado de Hidalgo, en México, el próximo 5 de septiembre puede ser el día que les espera a muchos de quienes la sociedad identifica como “gatos”.

El cargo habrá terminado. Habrá caducado la garantía de inmunidad (y hasta de impunidad), y serán bienvenidos a la vida real.

Con los “gatos” se va también una generación de regidoras y regidores de quienes, como suele ser al término de cada gestión, la gente esperaba más; les quedó grande el puesto.

Adiós, se les dirán de todas maneras.

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